Los altos precios del oro han disparado la minería artesanal. Con ello también ha crecido la contaminación de mercurio, que afecta a los sistemas acuíferos y las poblaciones del estado Bolívar
  En El Callao los mineros manipulan sin protección el mercurio para obtener el oro | Raúl Romero
 La ruta del molino
Son pasadas las 6:00 de la tarde en la zona  conocida como el Bloque B, en las afueras de El Callao, estado Bolívar.  En el molino del morocho Herrera un rancho de techo de zinc que asemeja  un taller de carros cuatro hombres y un muchacho de 15 años de edad  trabajan frente a unas máquinas con el torso desnudo, sin protección  alguna. Es la mejor parte del día para estos mineros. Se acerca la hora  del "resumen": el momento en que obtienen el oro, luego de moler durante  toda la jornada las arenas auríferas de una mina cercana.
Para llegar a ese momento casi mágico de alquimia, los trabajadores han  estado expuestos durante todo el proceso de molienda a otro metal, el  único cuyo estado normal es líquido: mercurio o azogue, como es conocido  en la zona.
Sin él, el oro de El Callao, uno de los más finos del mundo, no puede  ser extraído de entre las arenas y la tierra. A esta hora de la tarde,  los hombres ya llevan horas amalgamando ambos metales. Utilizando  frascos de vidrio, ya han echado el azogue a las máquinas moledoras, lo  han vertido sobre las planchas de cobre a las que se adhiere el oro, lo  han raspado y modelado hasta formar una bola y sin percibirlo lo han  inhalado.
"Claro que estoy contaminado, pero qué se le hace", dice Fernando  Aníbal, de 39 años de edad. Encoge los hombros y sigue el ritual de  lavar en el cuenco de su mano el material final, que parece arena de  playa. Forma una bola grisácea oro y mercurio amalgamados del tamaño  de una metra grande. "Le echamos jabón en polvo, agua y ácido nítrico  para quitar el sucio. Si no, el oro no queda amarillo después de la  quema". No hay guantes ni tapabocas.
Un apagón repentino en el sector no detiene a los obreros, tampoco el  aguacero súbito que exacerba la humedad del lugar. Uno de ellos coloca  la bola en una pala soldada a una mesa y le aplica calor con un soplete  por debajo. Es la parte más peligrosa del proceso, porque el mercurio al  calor se evapora y los mineros inhalan concentraciones muy elevadas del  metal, que ingresa directamente en el torrente sanguíneo y el cerebro,  afectando gravemente su salud.
La quema es corta: cinco minutos bastan para que el material adquiera el  anhelado color dorado. La faena resultó en 10,3 gramos, aproximadamente  3.296 bolívares. Un negocio muy lucrativo en un estado en el que 33% de  los habitantes es pobre, según datos del Instituto Nacional de  Estadística.
Desde mediados de la década de los noventa distintos estudios de  universidades nacionales e instituciones del Estado vienen registrando  el daño ambiental y la contaminación en poblaciones de Bolívar por el  mercurio usado en la minería. El Callao -centro minero del país desde  tiempos de la colonia española- ha sido caso de estudio de la comunidad  científica internacional.
"La situación es gravísima. En un informe que hicimos con las Naciones  Unidas en 2004 encontramos que solamente El Callao podía arrojar al  ambiente 12 toneladas de mercurio al año, y tan sólo el Bloque B entre 2  y 4 toneladas al año.
Eso no es permisible bajo ninguna circunstancia porque es una sustancia  sujeta a controles estatales muy rigurosos y está prohibido su uso  indiscriminado", afirma Rafael Darío Bermúdez Tirado, especialista en  mercurio de la Universidad Experimental de Guayana.
El documento concluye que "el nivel de intoxicación entre los mineros y  molineros que trabajan en el Bloque B es uno de los más serios del  mundo".
Exámenes efectuados a la población y los obreros revelaron signos de  grave intoxicación y daño neurológico en la mayoría de los involucrados  en el proceso de amalgamiento, así como la gente que vive cerca de los  molinos. "El uso rudimentario de placas de cobre y la quema de amalgamas  en palas expone a los trabajadores y a las comunidades vecinas a altos  niveles de vapor de mercurio", dice el informe.
Los restos del material lavado con el metal, lo que se conoce como  colas, son arrojados en unos pozos improvisados que drenan hacia los  acuíferos y terminan contaminando el río Yuruari junto con su fauna.
Esta situación se repite en muchas zonas del estado Bolívar.
Las muestras individuales arrojaron que 90% de los mineros y molineros  tenía niveles de mercurio por encima de los límites establecidos por la  Organización Mundial de la Salud. Este indicador se situó en 27% para  las mujeres y en 53% entre los niños de las zonas vecinas. Los signos  neurológicos de intoxicación que se encontraron fueron ataxia, temblor  en las manos y párpados, además de incapacidad para hacer ejercicios  simples como tocarse la punta de la nariz.
Para el momento del estudio había 28 molinos en el Bloque B. Hoy existen  150, según datos del Ministerio para las Empresas Básicas y Minería.  Cinco veces más que en 2004.
La ruta de la venta
Los trabajadores del morocho Herrera, dueño del  molino HPertuz, se fueron rápidamente después del "resumen", en medio  de la lluvia que revolvió los pozos llenos de arena y mercurio. La ruta  de la contaminación seguirá su curso con los hombres, porque, acorde a  lo que habían pactado, cada uno se llevó unas "gramas" (gramo de oro)  que venderá según su necesidad en las tiendas de compra de oro ilegal  que abundan alrededor de la plaza Bolívar de El Callao.
De eso sabe bastante Gloria R., que pidió no ser identificada  por temor a represalias de sus vecinos. Tiene 62 años de edad, es ama  de casa y vive en el casco histórico, en medio de compradores que no  poseen la licencia necesaria para comerciar oro. Al preguntárseles por  el negocio y la quema, miran a la distancia e ignoran al visitante.  
Pero ella sí quiere hablar. "En todas estas casas mucha gente funde `oro minero’, el que le compran a los molinos. Lo hacen sin precaución. Ojalá pudieras captar la humatana que hay. Ninguna autoridad le da importancia a esto, aunque todo el pueblo está contaminado. Yo tengo una alergia permanente". Hace una pausa y prosigue, determinada: "Mi esposo acaba de morir. Estaba contaminado. Tenía los pulmones desbaratados por la fundición del oro".
Tras bastidores, las tiendas funden nuevamente el material comprado para retirar el mercurio que queda después de la primera quema en el molino, 10% del peso total. Así se obtiene un producto de mayor calidad para la orfebrería o la fabricación de lingotes, que va al mercado ilegal. En el proceso, más mercurio se arroja al ambiente. Cuenta la mujer que hace 8 años su esposo y un grupo de personas fueron a Valencia para hacerse exámenes de mercurio en sangre.
"Los resultados salieron alterados, a consecuencia de los 40 años que pasó en ese negocio. Estuvo en tratamiento un tiempo. Después se enfermó. Tuvo insuficiencia renal, luego respiratoria y posteriormente cardíaca. Lo que ganamos con el oro, se nos fue en su enfermedad: 600 millones de bolívares, de los viejos".
Un muchacho se asoma al porche. Sonríe y se esconde de la visita. "Es mi nieto. Tiene retraso". Presume que está contaminado desde chiquito, porque su padre también trabajaba en la fundición. "Yo lo crié. A los 7 años me di cuenta de que no hacía las tareas completas y la maestra me recomendó que lo llevara a una escuela especial". Refiere que el joven asiste al Centro de Atención Integral Odette Orsini, la única escuela de atención para niños especiales en El Callao. "Así como él hay muchos niños aquí", comenta con tristeza.
La ruta escolar A Yaritza Figuera, de 44 años de edad, la comunidad de  padres con hijos especiales le tiene cariño. Hace 10 años, la maestra  formada en Avepane y la Universidad José María Vargas, oriunda de El  Callao, tuvo la visión de abrir su casa para atender a ese grupo de  menores con compromiso cognoscitivo. Con el tiempo, la iniciativa se  transformó en el Centro de Atención Integral Odette Orsini, en homenaje a  una mujer que educó a muchos niños entre los años cincuenta y setenta  en esa misma población.  
"¿Quién los contactó conmigo? Nunca nadie demostró interés en esta historia", señala entre extrañada y halagada , mientras hace una pausa en sus labores como psicopedagoga de la Escuela Básica de Perú. "Las aguas contaminadas de mercurio, a causa de la minería, son una causa de embarazos problemáticos aquí, porque se traducen en niños con deficiencias. El mercurio se aloja directamente en el cerebro. A principios de los noventa, nacieron cuatro niños con síndrome de Down en un mismo año. Eso llamó la atención de expertos del Ministerio de Salud en Caracas, que vinieron a investigar. Hicieron análisis del río Yuruari y concluyeron que la contaminación es uno de los principales factores de esta situación de los pequeños con compromiso cognoscitivo".
Por esos mismos años la casa de Figuera se llenó de niños especiales. "Abrí con 10 muchachos y luego llegué a tener 40. Algunos tenían aprendizaje lento y otros leve retardo, pero eran educables". La gran demanda de atención motivó al alcalde de entonces Coromoto Lugo a fundar un centro de atención especial en el año 2000, con ella a la cabeza. En 2005, el Ministerio de Educación comprobó que la escuela era una necesidad y la absorbió.
Las estadísticas sobre niños con problemas cognoscitivos o impedimentos físicos son inexistentes. "Yo una vez hice un estudio y encontré que había 45 niños con síndrome de Down en El Callao, que es un número alto para la población". Cuenta que las madres, por desconocimiento o prejuicios, los retenían en las casas. "No se les veía. Tenía que investigar de puerta en puerta para ubicar dónde vivían y convencer a las madres para poder atenderlos".
Dice que se han hecho algunos esfuerzos, pero puntuales y aislados. En 2010 jóvenes estudiantes de la Universidad de Oriente realizaron pruebas de mercurio a los niños sospechosos de estar contaminados en las escuelas municipales.
El Fondo Nacional de Ciencia y Tecnología ha financiado estudios que revelan contaminación en los suelos donde antes existían molinos y ahora hay viviendas. También se han estudiado casos puntuales como la contaminación por gases de una mina vieja en la zona de Remington. Hace cuatro años, la Escuela Alfredo Machado, situada allí, fue mudada porque los chicos se desmayaban repentinamente. Les hicieron los exámenes y resultaron contaminados.
En cambio, el Centro de Atención Integral Odette Orsini todavía espera su mudanza a una sede propia. Hace dos años se colocó la piedra fundacional de su futura edificación, pero la construcción no se ha iniciado.
Por ahora funciona en oficinas prestadas de la Casa de la Cultura de la Alcaldía de El Callao.
No hay niños este día en el centro de atención. Las maestras están reunidas elaborando material para la celebración de la Semana de la Educación Especial. "Necesitamos una sede con rampas que permitan el acceso a los niños con discapacidad motora", indica la maestra Astrid Yacín. También piden un autobús para trasladar a los menores que viven en las afueras de El Callao.
Un total de 5 maestras y 4 auxiliares atienden a 48 niños con compromiso cognoscitivo, entre los cuales hay 9 sordos, 3 autistas y 4 con impedimentos físicos. "El mercurio que respiramos por la quema del oro afecta el desarrollo muscular y cognitivo de los niños. La gente no lo asocia con la salud y los padres de los barrios cercanos a los molinos ignoran los casos de autismo", dice Yacín.
 Mañana mismo muchos de esos padres regresarán a las minas y los molinos.  Allí, como un ritual ineludible, volverán a verter, untar e inhalar el  mercurio que atrapa el oro, que tanto atrae, que tanto enferma.